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Uno de sus objetivos fundamentales es el monitoreo sísmico permanente de la actividad de origen tectónico y volcánico del territorio nacional.

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Los volcanes activos son observados a través de diversas tecnologías.

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La tecnología comprende un conjunto de teorías y técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico. No es de sorprenderse que a diario aparezcan nuevas técnicas y revolucionarias teorías que permitan que la tecnología avance a pasos agigantados, facilitando procesos y resolviendo problemas dentro de diversas áreas del quehacer de la comunidad en general.


Desde su creación, el IG ha visto la necesidad de utilizar instrumentos que le permitan realizar una precisa vigilancia tanto en sísmica como en varios otros parámetros relacionados al vulcanismo.

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Martes, 28 Febrero 2023 08:52

Los retos de los cuatro actores

(A continuación se muestra un artículo publicado por el Dr. Pablo Palacios, investigador del IG-EPN. La responsabilidad de las opiniones expresadas en el artículo incumbe exclusivamente a su autor, y su publicación no representa la posición del IG-EPN.)

El proceso eruptivo del volcán Cotopaxi pone en movimiento a varios actores de nuestra sociedad. El cómo nuestra comunidad enfrente este proceso depende de nuestra realidad actual, de los recursos de conocimiento y organización que tengamos durante el momento más intenso de la erupción. ¿Cuál es esta realidad? ¿Cuáles son sus actores?

Durante la erupción de octubre de 1999 del volcán Tungurahua, nuestro país pasaba por una crisis política y económica que generaría una migración de cerca de un millón de ciudadanos entre 1999 y 2007. Atender dicha erupción no fue una prioridad política del momento, por lo que la evacuación de la ciudad de Baños, que duraría cerca de tres meses, fue sólo una acción de respuesta impuesta a la fuerza, no organizada, no un acto consciente planificado de autoridades y ciudadanía. Los baneños regresaron arriesgando su vida y enfrentando a fuerzas militares. El poco apropiado manejo de la crisis, sumado a una erupción de baja intensidad, generó en los baneños una permanente falta de confianza en autoridades y en el Instituto Geofísico, como ente de vigilancia e investigación. Aunque esta actitud evolucionó con el tiempo, muestra la profunda influencia de una crisis política y económica en las acciones requeridas frente a un evento natural que amenaza la vida de la gente, y como tal crisis induce desconfianza en la psique de la población. ¿En qué grado esto puede repetirse en una erupción del Cotopaxi? ¿Son realmente muy distintas las circunstancias actuales a las del pasado? ¿Qué se ha aprendido del Tungurahua y puede ser efectivamente posible aplicar en Cotopaxi?

Nuestro país pasa por una crisis más política que económica, y que se profundiza rápidamente, con causas no muy evidentes para muchos políticos y desapercibidas para esa mayoría cuya urgencia es la supervivencia del día a día. Nuestro país no puede sobrevivir al margen de lo que ocurre en el mundo. Desarrollos tecnológicos, de comunicaciones como el internet, de vacunas como la del COVID y muchos más, muestran nuestra profunda dependencia con una realidad global que nos supera en muchos aspectos. Pero al igual que los beneficios, los problemas del mundo, como el calentamiento global, las cadenas internacionales de narcotráfico y violencia, las migraciones y las crisis políticas de las grandes potencias, también son nuestros problemas. Sin comprender algo de ellos no entenderemos qué nos pasa y nuestras acciones serán erráticas.

La globalización como sueño político económico de finales de los 90 y de la primera década del siglo XXI, por parte de la democracia liberal occidental, está en una crisis que demandará mucha creatividad para reinventarse y afrontar los problemas globales urgentes. Uno de los efectos de esta crisis es el Brexit, la respuesta británica a sus problemas económicos y de migración, con tintes nacionalistas y que retrocede en la construcción de una sociedad global.

Y ahora, la guerra de Ucrania despierta temores de un conflicto global que a más de uno hace pensar en un futuro incierto y si es tiempo de actuar más protegiendo intereses propios que los de todos. Pero nuestros políticos a duras penas vislumbran los efectos de esta realidad en nuestro país. Durante los 44 años de nuestra democracia reciente, hemos sido gobernados por personajes, más que por grupos ideológicos, de izquierda, derecha, centro, y populistas de variados colores. Los discursos sobre la corrupción han servido tanto para llegar al poder como para sacarlos de él. El efecto más notable de estas transiciones en la población es una más arraigada desconfianza en la clase política. Esta clase política es unidimensional y ve su realidad desde los extremos de la línea izquierda-derecha, explotados-explotadores, y no ha sido capaz de reinventarse e incorporar nuevas dimensiones. No ve los problemas del mundo, y no sabe cómo reaccionar frente a ellos. Quizá uno de los más serios sea la corrupción, que está en todos los niveles de interacción social, que permea nuestras relaciones diarias, amenazando con dar espacios de poder lícito a estructuras delictivas organizadas internacionales que acabaría por deteriorar nuestra débil democracia. Es la desconfianza del ciudadano común en los políticos, en sus discursos, y en las instituciones del estado, la que ha venido creciendo durante 44 años, y en estas circunstancias debemos afrontar la fase más intensa de la erupción del Cotopaxi.

Cuando he asistido a reuniones sobre la crisis del Cotopaxi, las preguntas recurrentes han sido ¿en qué creemos?, refiriéndose a información contradictoria que encuentran, y ¿en quién creemos? refiriéndose a políticos con posiciones dispares, o a declaraciones de científicos.

Varias veces son personas que no creen en autoridades ni en instituciones del estado, como el Instituto Geofísico o la Secretaría de Gestión de Riesgos, Gobernaciones, o Alcaldías, y no son pocas las veces que nos ven con sospechas de intereses personales o económicos. Pero también hay personas esperanzadas en lo que podamos hacer, pero atemorizadas por lo que escuchan de tantos otros, en últimas igualmente desorientados. Este ambiente de caos de la psique social es terreno fértil para especuladores, quienes en una mano portan noticias apocalípticas, y en la otra venden soluciones fatuas. Este escenario de desconfianza profunda no se diferencia mucho del que ocurrió ya en 1999 en la erupción del Tungurahua, pero actualmente con medios de difusión más eficaces.

Los medios de prensa, grandes y pequeños, en la mayoría de las ocasiones reproducen información sin contrastar, sin hacer las preguntas que deberían, en parte porque es limitado el periodismo especializado en nuestro país, particularmente en relación con amenazas naturales. Bajo el acierto de afirmar que todos tenemos el derecho de expresión –soy el primero en defenderlo, pero acompañado de responsabilidad– se difunden opiniones variadas y contradictorias justificando ello con la idea de que cada uno tiene su propia verdad, y que éstas deben conocerse, en relación con los eventos que ocurren. Nada más dañino que confundir verdad con opinión para afrontar una crisis. En la ciencia no existe muchas verdades sobre la ocurrencia de un evento, sólo hay una, aunque sea transitoria en la medida que aprendemos. La abundancia de medios y la rapidez con la que se transmite la información es radicalmente superior a las de 1999 y 2015, cuando por primera vez en el siglo XXI el Cotopaxi expulsa ceniza. Y ahora en 2023, periodistas, científicos y autoridades tenemos que bregar con olas de desinformación y distorsiones, acompañadas de ira, miedo, insultos, y luchas que no siempre tienen un norte.

Todos tenemos nuestras batallas. Los ciudadanos en zonas de influencia del Cotopaxi podrían organizarse, independientemente de autoridades locales o nacionales, de modo similar a como lo hicieron las comunidades del flanco occidental del Tungurahua, con resultados muy positivos. Pero la diferencia de escala en el tamaño de la población, la diferencia en recursos que se necesitan, las coordinaciones entre los diferentes sectores son un reto para una respuesta adecuada, especialmente en horas de la noche. Para muchos, aunque con una desconfianza minada por 44 años de decepciones, quizá sea inevitable mirar a las autoridades políticas para afrontar la escala del problema. La batalla de los políticos quizá será más sui géneris, pues tendrán que desvestirse de las banderas políticas que los llevaron al poder, inhibirse de los ataques a políticos pasados, para centrarse en el presente y generar acciones en las que se palpe que trabajan por todos y por un bien común. Y a la fecha actual, para mayo habrá una transición de poderes locales. ¿Qué tipo de políticos vienen? ¿Serán acaso capaces de dialogar con los salientes, aunque no sean de sus propios partidos o movimientos, puesto que ellos algo aprendieron desde octubre pasado cuando inició este nuevo pulso eruptivo de Cotopaxi? ¿Será que los nuevos políticos empezarán de cero en la gestión del riesgo relacionado con el Cotopaxi? Y la batalla del Instituto Geofísico tampoco es simple.

Como todo grupo humano, somos falibles. Nuestros errores nos han impulsado a buscar nuevas formas de comunicarnos, a generar nuevos desarrollos, a investigar nuevos procesos.

Cotopaxi es un nuevo volcán, no hay dos iguales en el mundo, y sin embargo hay similitudes que intentamos explotar al máximo. La vigilancia en tiempo real implica muchos riesgos en comunicación y tanto nosotros como el resto de la comunidad aún tenemos que aprender a identificar nuestros puntos débiles y fuertes.

Vendrán momentos difíciles, enfrentar al Cotopaxi no será simple, no habrá héroes y esperemos que tampoco villanos a final del día. Todos los cuatro actores, el Instituto, las autoridades, los medios y el resto de la comunidad, arriesgamos mucho, pero espero que cuando se despeje la larga noche de ruido, lodo y ceniza, podamos vernos al rostro unos a otros y saber que cada uno contribuyó positivamente, para minimizar los daños y seguir adelante haciendo país. Es tiempo de juntos prepararnos; es tiempo, no sabemos cuánto de él no queda.


Pablo B. Palacios, PhD.
Investigador del Instituto Geofísico
28 de febrero de 2023

 

Los terremotos han matado, directa o indirectamente, a más de 780.000 personas entre 2001 y 2010, es decir, cerca del 60% de la mortalidad relacionada con el conjunto de las catástrofes naturales, según un estudio publicado este viernes por The Lancet.

"Además de estos muertos, los sismos han afectado directamente a 2.000 millones de personas suplementarias durante el mismo periodo" de diez años, destaca el estudio.

El más mortífero de esos sismo es el que golpeó a Haití el 12 de enero de 2010, de magnitud 7, que causó 316.000 víctimas. El temblor que generó un tsunami en el océano Índico el 26 de diciembre de 2004, de magnitud 9,1, dejó 227.000 muertos.

El estudio de The Lancet busca sobre todo convencer a los responsables políticos y de los organismos de ayuda de que los sismos son una prioridad en términos de salud pública, y prevenir a los médicos sobre las patologías que deberán tratar en caso de tales desastres.

La mortalidad provocada por los sismos se produce en oleadas sucesivas. Primero son las víctimas del desplome de edificios, horas más tarde las que sucumben a heridas internas, al cabo de días o semanas fallecen los heridos con complicaciones o infecciones.

Las principales patologías censadas entre los sobrevivientes están vinculadas al aplastamiento de los riñones, hígado y bazo, seguidas por los traumatismos de la columna vertebral, fracturas y laceraciones varias.

Los niños constituyen el grupo más vulnerable y representan entre 25% y 53% de los pacientes después de un sismo, señala el estudio.

Además de las operaciones de salvamento, los socorristas deben enfrentarse con el desarrollo de enfermedades contagiosas en refugios saturados. A pesar de las creencias, la presencia de cadáveres en los escombros no representa un peligro particular.

A largo plazo, los sismos tienen un impacto importante en la salud mental, sobre todo en forma de depresiones.

Numerosas megalópolis están situadas en zonas sísmicas, como Tokio (32 millones de habitantes), México (20 millones), Los Angeles (15 millones) y Estambul (9 millones).

ri-ban/jca/nas/jmr.

Fuente: http://feeds.univision.com/feeds/article/2011-11-03/los-sismos-mataron-a-mas

5 de marzo de 2012

El 5 de marzo de 1987, dos terremotos (Ms=6,1 a las 20:54 tiempo local y Ms=6,9 a las 23:10 tiempo local) ocurrieron a lo largo de las laderas orientales de los Andes al NE del Ecuador. Los epicentros fueron localizados en la Provincia de Napo, aproximadamente 100 km al ENE de Quito y 25 km al N del volcán El Reventador. El sismo de las 23:10 fue sentido en un área de al menos 93 000 km2.

Las pérdidas económicas y sociales originadas directamente por las sacudidas de los terremotos fueron pocas en comparación con los efectos catastróficos producidos por los grandes derrumbes en masa e inundaciones en el área cercana al volcán El Reventador.

Todas las pérdidas de vida asociada con el evento ocurrieron en la Provincia de Napo, la estimación más común del número de muertos fue de alrededor de 1000. Quienes perdieron sus vidas fueron sorprendidos por los deslizamientos o fueron arrastrados por los ríos repletos de flujos de escombros de suelos saturados, restos de rocas y vegetación de los empinados flancos volcánicos. Las víctimas fueron generalmente residentes de plantaciones o pequeños asentamientos localizados en las colinas o en las planicies de inundación ubicadas entre Baeza y Lumbaquí.

Deslizamientos de rocas y tierra, avalanchas de escombros y flujos de lodo inundaron esta zona oriental de los Andes produciendo la destrucción o rotura de aproximadamente 70 km del oleoducto trans-ecuatoriano y de la única carretera entre Quito y los bosques lluviosos y campos petrolíferos ecuatorianos. Las pérdidas económicas fueron estimadas en mil millones de dólares; los efectos de la amplia afectación sobre el desarrollo agrícola e hidroeléctrico de la región fueron difíciles de evaluar, pero indudablemente muy grandes.

Los deslizamientos de las laderas inducidos por los terremotos fueron bastante fluidos, debido a que 600 mm de lluvia cayeron en la región durante el mes anterior a dichos sismos. Los suelos superficiales tenían un alto contenido de humedad.

La principal consecuencia económica que sufrió el país fue el gran impacto en la producción ecuatoriana de petróleo, debido a los serios daños del oleoducto trans-ecuatoriano. De acuerdo a la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe en 1987, los campos petrolíferos ecuatorianos habrían producido alrededor del 60% de las divisas de exportación del país, por lo que fue severamente afectada la capacidad del Ecuador de hacer frente a sus costos de operación interna y realizar los pagos de los interés de su deuda externa. En las semanas siguientes a los terremotos, el Gobierno Nacional dictó algunas severas medidas económicas, incluyendo la suspensión del pago de la deuda externa a los bancos privados, incrementó los precios de los combustibles, un plan nacional de austeridad y un congelamiento de los precios de un conjunto seleccionado de productos esenciales.

Textos tomados de "Los terremotos del Ecuador del 5 de marzo de 1987. Deslizamientos y sus efectos sociales" 2000. Estudios de Geografía, Volumen 9. Minard L. Hall. Coordinador de la edición en español. Escuela Politécnica Nacional. Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Corporación Editora Nacional.

El monitoreo instrumental de los volcanes y las fallas tectónicas en Ecuador ha tenido un gran impulso durante 2010. En lo que va de este año, las técnicas y técnicos del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional han instalado un total de 14 GPS y 19 acelerógrafos en diversas provincias del país.

Los GPS (siglas en inglés de Sistema de Posicionamiento Global) sirven para monitorear la deformación volcánica y con ello la posible proximidad de una erupción. Estos instrumentos también sirven para medir el movimiento de las fallas tectónicas, que da origen a los sismos. De esta manera se puede conocer con mayor precisión qué zonas son más propensas a la ocurrencia de sismos.

Con el apoyo de la Senacyt, los GPS han sido instalados en las poblaciones de Baeza, Nuevo Rocafuerte, Guamote, Simiatug, Pisayambo, flanco suroccidental del volcán Tungurahua (sector Choglontus), volcán Chimborazo, flanco occidental del volcán Cotopaxi, flanco oriental del volcán Guagua Pichincha, volcán Cuicocha, volcán Pululahua, Salve Faccha, flanco suroccidental del volcán Antisana, entre otros. Hasta el final de año se instalarán 14 GPS adicionales.

En el caso de los acelerógrafos, que miden los movimientos fuertes del suelo, seis de ellos se han instalado en las ciudades de Manta, Quevedo, Loja, Santo Domingo, La Libertad y Guayaquil. Gracias a este proyecto, también respaldado por la Senacyt, se tendrá una mejor idea de cómo van a responder los edificios ante un sismo, lo cual, a su vez, permitirá mejorar las construcciones.

 

Los otros 13 acelerógrafos instalados durante 2010 hacen parte del proyecto “Estudio de la amplificación sísmica de los suelos de Quito”, del Instituto Geofísico, el cual aportará datos que permitan adaptar los diseños de las construcciones que se hacen en la capital ecuatoriana a las condiciones símiscas locales. Los acelerógrafos que hacen parte de este proyecto fueron colocados con la colaboración de personas particulares e instituciones como el Colegio 24 de Mayo, el IESS, el Colegio Militar, el Instituto de Investigación para el Desarrollo de Francia, la Escuela Politécnica Nacional, el Círculo Militar y el convento de San Francisco.

Los hijos de los sobrevivientes del terremoto permanecen en una frágil carpa a la intemperie en el pueblo de Anjar, en el estado occidental de Gujarat. Foto: Amit Dave/ Reuters

Por AltertNet – Traducción del inglés: G. Merino/IG-EPN

BHUJ, India - Cuando el suelo se sacudió en el estado de Gujarat, corazón industrial de la India, una soleada mañana una década atrás, destruyendo casas y matando a miles de personas, las autoridades realizaron un gran esfuerzo para la reconstrucción.

Exactamente diez años después, mientras Gujarat se desarrolla dentro de un modelo de progreso industrial en India, miles de víctimas de ese terremoto continúan recuperándose en frágiles covachas de madera y zinc, sin compensaciones y con poca comida y agua.

El terremoto de 7,9 grados golpeó durante la fiesta de celebración del 51 aniversario de la Independencia de India, el 26 de enero de 2001. Hacia las 9 de la mañana, mientras los niños corrían para izar la bandera hindú, el suelo en Gujarat se movió matando a alrededor de 14 mil personas, hiriendo a más de 150 mil y dejando a millones sin casa. El sismo casi arrasó con cuatro de los mayores pueblos incluyendo Bhuj y Anjar en la región de Kutch, estado de Gujarat, en la frontera con Pakistán.

A lo largo de Kutch, grupos de refugios temporales donde la vida es una increíble lista de calamidades dan testimonio de la inacabada tarea de recuperación, a pesar de los más que aceptables esfuerzos de las autoridades, quienes calcularon en 6,9 la magnitud del movimiento,  pordebajo de los 7,9 grados que le dio el Servicio Geológico de Estados Unidos.

Al igual que para las otras víctimas, las ofertas de reconstrucción del gobierno suenan falsas para Pushpa Jaysih, de 80 años.

“Tengo que ir por los alrededores con un cuenco vacío a rogar por agua”, dice a Reuters Jaysih, quien perdió a su hija y a su casa en Anjar, en su frágil covacha que originalmente debía tener una vida útil de máximo dos años pero que se ha convertido en una casa permanente para ella.

“Nadie viene aquí para ver cómo estamos viviendo… Únicamente durante las elecciones ellos prometen ayudar, pero nunca lo hacen”, dice Jaysih, quien  trabaja cosiendo terminados para vestidos.

Pobres ignorados

Los socorristas hablan de miles de sobrevivientes del terremoto –la mayoría de los cuales se encuentran por debajo de la línea de pobreza urbana- que han sido excluidos de los altamente promocionados planes de rehabilitación y reconstrucción.

“El terremoto de Gujarat afectó a los sectores medios de la sociedad, especialmente a aquellos que vivían en casas más viejas”, decía un reporte del Comité de Emergencias por Desastres, radicado en Reino Unido, después del sismo.

“Hubo efectos sobre todos, pero los pobres son siempre más vulnerables cuando se trata de conseguir ayuda, en tanto que las clases medias tienen un buen acceso a los medios para su recuperación.”

El gobierno de Gujarat y las agencias de ayuda fueron reconocidos por su respuesta y las autoridades pusieron en marcha un muy aplaudido plan de rehabilitación. Sin embargo, aún existen muchos lugares a lo largo de la últimamente muy seca región de Kutch –tanto urbanos como rurales- donde los sobrevivientes permanecen desesperanzados sin forma de recuperarse, en medio de la apatía del gobierno.

Pocos tienen acceso a agua limpia. La mayoría hace sus necesidades al aire libre. Y muchos luchan para conseguir dos comidas al día para sus familias.

“Muchos de ellos pertenecen a tribus, otros son parte de comunidades de las ‘castas bajas’, los hay musulmanes, pero todos ellos tienen una cosa en común… la pobreza”, dice Bharat Parmer, el coordinador del programa Acción de Ayuda Internacional en Kutch.

“Un gran número de estas personas arrendaban y no poseían tierras de modo que ha sido mucho más difícil para ellos reclamar sus derechos, ya que la rehabilitación se enfocó mayormente en los propietarios de terrenos y viviendas.”

No obstante, las autoridades locales dicen que sus planes de recuperación fueron incluyentes y que, de lejos, han cubierto a todos aquellos que fueron golpeados por el terremoto.

“No creo que haya gente que no recibió aquello que necesitaba –puede haber uno que otro caso por aquí o allá-, pero hemos recuperado todo lo que necesitaba ser recuperado”, dice Gunvant Vaghela, contador y el segundo servidor público más antiguo en el distrito de Kutch.